Gastronomía y vinos

Enclavada entre los macizos de Aravis y del Mont-Blanc, la "Dama de Alta Saboya" cuenta con una cadena de suaves pendientes y algunas encantadoras direcciones gastronómicas...

15 de febrero de 2017

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Megève "Dolce Vita" en la montaña

Descubrir Megève en avión es un encanto. Volar cerca del Mont Blanc, maravillarse con los reflejos azulados que iluminan sus flancos, rozar la cara norte de las Grandes Jorasses y los seracs de la Mer de Glace. A tres mil metros de altitud, se creerá un pájaro o uno de los primeros alpinistas que abordaron el macizo. Emocionante. A continuación, el avión desciende lentamente hacia los chalés situados entre abetos y píceas.

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Sueño visionario

Pronto se cumplirán cien años desde que la estación se abrió al turismo bajo el impulso de la visionaria baronesa Noémie de Rothschild, que soñaba con crear un Saint-Moritz francés. Acabábamos de salir de la Primera Guerra Mundial", recuerda el guía del patrimonio Édouard Apertet, "y ella estaba harta de cruzarse con alemanes en Suiza, copa de champán en mano". Megève siguió innovando: el primer alumbrado eléctrico, el primer hotel de lujo encaramado al Mont d'Arbois y, en 1936, la primera medalla francesa de esquí alpino ganada por Émile Allais, natural de la zona. El torneo internacional de polo sobre nieve y el hockey sobre hielo llegaron más tarde. "La otra figura que no debemos olvidar es el párroco Ambroise Martin", señala Édouard Apartet. "Ya en 1880, la gente viajaba de toda Francia para presentar sus respetos al calvario que había construido. Sus catorce capillas y oratorios están inscritos en el Inventario Suplementario de Monumentos Históricos y serpentean por el paisaje como un rosario. Atraen a turistas tanto para un día como para toda la vida.

Jazz y delicias

Turcos, rusos, indios, suizos y franceses... Las familias y los happy few de todo el mundo han venido a apreciar el apacible estilo de vida de Malinas. A las 6 de la tarde, mujeres elegantes con visos claros toman asiento en uno de los carruajes aparcados en la Grand Place. Unas calles más allá, suena una melodía de jazz. Es la bendita hora del après ski. Cada hotel (suntuoso) tiene su diseño y sus códigos gastronómicos. Ambiente acogedor y deliciosa hora del té en el Georges, el salón del legendario Mont-Blanc. Trofeos de caza y troncos en el bar del Lodge Park, donde podrá saborear un vino de Savoie o un Pauillac mientras picotea foie gras y gambas.